10/1/11

Volver, volver, volver... a la autoescuela

Después de once años conduciendo del derecho (España) y del revés (Inglaterra) con mi coche español he tenido que volver a la autoescuela. Tardé en tomar la decisión aproximadamente una hora desde que salí del concesionario en Londres. Y es que al término de ese periodo de tiempo, no sólo el espejo izquierdo estaba colgando de un hilo (literalmente) sino que yo había customizado el Think Big ingles y me había estrellado contra un autobús (turismos a mi...).

Después de llamar al seguro para pasar un parte en la primera hora asegurada con ellos, con un coche con un kilometraje total de 8 millas y a una velocidad de 10 millas a la hora (estoy casi segura de que me han puesto en el tablón de anuncios y, de momento, el angelito que me cogió el teléfono se ha ganado el bote acumulado al golpe más tonto reportado), me dispuse a buscar autoescuela.


London, alla voy!
Como una es desconfiada por naturaleza, no solo hice spam a todos mis amigos con el número del instructor para que peinasen la zona con un cepillo de dientes si desaparecía sino que además me vestí con mi look abuelita_dime_tu, que tiene el efecto No_me_mires de la canción Maquillaje de Mecano.

Como suele ocurrir cada vez que sales de casa hecha unos zorros, el chico no estaba nada mal. Pero como lo importante era dejar de seguir la línea de puntos (conducción al estilo español) y empezar a jugar al tetris (busca el hueco para meter tu coche que si no te atropella el autobús y tienes que hacer una provisión semanal para reparar tus espejos), enseguida perdió toda mi atención.

Y la verdad es que todo iba muy bien hasta que me encontré hecha un sándwich entre dos ciclistas en una calle en al que no había Tetris que valiese. En mitad del ataque de pánico imaginándome recogiéndolos del suelo con cucharita, vinieron a animar la fiesta dos coches más tamaño familiar (con patatas y bebidas). Y ahí me encontré yo con cara de gatito estreñido mirando a mi instructor diciendo ¿Y ahora qué? Menos mal que  no me contesto ¿qué de qué? Porque creo que me habría puesto a llorarse en alguno de todos esos músculos que iba enseñando.

Así que después de más de una década de carnet en la que sólo admito un accidente con un autobús (juro que previamente mis objetivos han sido todos más pequeños) me vi aguantando un rapapolvo al estilo inglés. Y la verdad es que sólo una observación: prefiero los de mi madre gritando y blandiendo la zapatilla al aire. Las regañinas susurrando son muchísimo peores.

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