Dicen que el alto grado de especialización y complejidad de la sociedad
actual ha eliminado de nuestra vida nuestra faceta cazadora. Parece ser que
ahora no cazamos. Y para mí, una personita que está convencida que mucho tonto
del que veo por la calle solo ha llegado a edad adulta porque disfrutamos de
una era sin depredadores, es una afirmación sorprendente.
Y es que, si es verdad que a mí de momento no se me ha visto por el monte persiguiendo
conejos y mucho cazándolos, mi experiencia del viernes por la tarde en el
supermercado bien merecía un capítulo del National Geographic dedicado a
estructura piramidal en ecosistemas habitados por humanos y sus hábitos de
caza.
Y empezamos por el principio: 7 de la tarde en un supermercado tipo
Supercor (me pregunto qué ocurriría en Lidl porque yo fui allí para ahorrarme
el gentío y comprar una triste barra de pan). Panorama desolador: las únicas
manzanas que quedan son un pack de 4 a tres libras (0.75 £ por manzana). Me
puse a mirarlas a ver si me sonreían y me decían algo en alemán porque por ese
precio esperaba que hablaran idiomas, teniendo en cuenta que no estaba
comprando en la frutería donde compra la casa Real sino en el súper. Sección de
carne: el mismo paraje desolador que ir a Zara al final del primer día de
rebajas: de lo que quieres no queda, de lo que no quieres, a buen precio
tampoco y lo que queda no solo no es lo que quieres y es caro sino que esta
arremolinado con cosas de otras 20 secciones… Mirando un poco más de cerca a la
sección de carne… Que ven mis ojos? Entrenamiento de Rugby, porque, a pesar de
todo, la histeria colectiva se hace un hueco y, como si estuviésemos en época
de racionamiento pero sin colas civilizadas, empieza la pelea por la
supervivencia: la pelea por la bandeja de pechuga de pollo pro biótico y feliz
troceada.
Y es ahí cuando te das cuenta de que estas asistiendo no solo a una escena
de caza moderna, donde el despiece no es el de la presa sino el del adversario,
sino que además estas asistiendo a la lucha por la supervivencia de la clase
menos privilegiada: la que se levantó antes de que abriesen el súper, trabajo
mientras el súper estaba abierto y abastecido y mientras era desabastecido por
las clases más privilegiadas que se pueden permitir hacer la compra mientras el
resto están encerrados en una oficina (esto incluye no solo muchi-millonarios
sino amas de casa, estudiantes, jubilados y todo aquel que no se sepa de
memoria el horario del cercanías entre las 6 y las 7.30 de la mañana), la que
dejo la oficina para subirse en el tren de vuelta sin respetar la regla de ‘no
correr’ (porque les cerraban el súper) y la misma que probablemente respondería
a algún email de trabajo mientras quemaba las pechugas de pollo feliz que
tantos codazos le costó conseguir.
Así que dejando claro que yo no era el adversario, que si era necesario
proclamarme vegetariana para mantener mi integridad física, lo haría y que solo
quería una barra de pan, me abrí paso hasta la sección de panadería, a la que
ni que decir tiene no le quedaba nada que no fuera pan de molde. Gracias a
Dios, un reponedor apareció con pan recién horneado. Aunque era una hornada caritativa, plenamente
alineada con los eventos que estaban aconteciendo en otros pasillos (nada de
pan granary o de chapatas), me sentí la mujer mas feliz de universo: libre para
hacer 10 minutos de cola entre un montón de gente que, si no fuera por el
cansancio de la batalla denunciarían a la empresa de cercanías, al dueño del supermercado
y posiblemente a la mama con carrito que les atropello los pies por maltrato físico
y psicológico.
En fin, Serafín, hasta la próxima!
Lara Jones