Estoy
seriamente tentada a empezar a escribir una tesis doctoral sobre la correlación
entre los catarros primaverales y comportamiento manifiesto del síndrome de Diógenes.
A estas alturas lo único que me detiene es que el tiempo total que he
necesitado para muestrear los hechos han sido 5 días de infierno vírico en
forma de ‘toso, estornudo y tengo fiebre y no hay nadie que me cuide’
(plagiando a Modestia Aparte) y según nuestro tozudo sistema educativo, necesitaría
unos 5 años para escribir esa gran pieza de estudio científico que demuestra
que:
v A pesar de los avances en todos
los campos, un adulto medio utiliza y almacena aproximadamente dos toneladas de
kleenex por día. Para desmayo de los ecologistas, soluciones no hay muchas:
salvo que Apple consiga enviarnos las congestiones nasales vía iTunes o Amazon
lo haga en forma de Kindle, seguiremos ‘imprimiendo’ al mismo ritmo. ¿Lo peor?
Que en mitad del delirio vírico, la mayoría de los kleenex son almacenados en
todo tipo de superficies con preferencia sobre las no elevadas, o en cristiano,
el suelo.
v Las presiones atmosféricas internas
no producen resultados intelectuales satisfactorios. O lo que es lo mismo,
cuando la nariz se vuelve loca y la sobreproducción presiona el cerebro,
nuestras decisiones son más pobres que nunca, lo que explicaría porque el sábado,
con fiebre y sin poder respirar decidí, cambiar las manillas de las puertas del
baño para acabar auto-encerrándome sin tener manilla para abrir y terminar por
destruir la puerta para liberarme porque sorpresa, sorpresa, yo todavía uso
destornilladores y no BB para la tarea y, no solo no tenia con que llamar a mis
amigos sino que ninguno esperaba verme en dos días porque se supone que estaba
sudando mi catarro en lugar de planificando mi último adiós al más puro estilo
Bridget Jones o lo que es lo mismo, devorada por pastores alemanes.
v La calidad nutricional desciende
estrepitosamente a niveles basura. Y es que probablemente, si atacase los
contenedores de los supermercados por la noche, comería mejor que la mezcla de
sopas de sobre, palomitas y pechugas de pollo rebozadas congeladas de las que
me he alimentado en los últimos días. Con tamaño déficit de vitaminas no me extraña
que no me llegue la cordura para
quedarme en la cama reposando y que no se me ocurra tirar los kleenex a la
basura, como tendré que hacer cuando recupere mi capacidad intelectual.
v El agua del grifo deja de ser
una opción. Y si el gatito Jones vive obsesionado con el agua del váter, Lara
Jones solo bebe Gatorate y agua de sabores durante estados febriles. ¿Lógica?
Ninguna. Teniendo en cuenta que ya no huelo el ambientador de Ambipur que tengo
en casa a toda mecha, dudo mucho que lo que yo creo que es sabor a fresa y kiwi
sea algo remotamente parecido.
v Me apasionan las pastillas
verdes, rojas y amarillas. De hecho, si mi pasión habitual por la pastis me
lleva a tomar 3 tipos de vitaminas al día (general, para la piel y aceite de hígado
de bacalao en plan abuela), mis catarros me llevan a ilusionarme con un montón
de coloridas pastillas a base de paracetamol y otros ungüentos que prometen
descongestionarme, quitarme el dolor de cabeza y darme sueno. Curiosamente, en
5 días solo he visto la parte del sueño. İNo puedo esperar a que cumplan con
sus otros dos compromisos!
Y desde
una casa con la que los cámaras de TeleMadrid soñarían para incluir en uno de
sus reportajes sobre casos reales de enfermos del Síndrome de Diógenes, me
despido esperando no ser la única en mitad de este delirio.
Lara
Jones