El otro día leí en una revista que hay una
mujer en el Reino Unido intentando resucitar la tradicion de los bailes de
debutantes. Para tamaña ocasión y aprovechando que el Pisuerga para por
Valladolid, se habían organizado una clases de protocolo previo pago porque
como lo cortes no quita lo valiente, una causa noble no esta reñida con sacarle
el máximo partido económico. Al fin y al cabo, si las debutantes acaban casadas
con partidazos de Eton como el Príncipe Guillermo (en sus años mozos mas porque
esta teniendo muy mal envejecer) porque no lo van a hacer los organizadores.
El caso es que como a toda mujer de abolengo que
se precie a mí el anuncio de pillo… En el metro, que es el lugar natural de
toda mujer moderna. Y pese a todo, me sentí identificada. Porque salvando las
distancias de clase y de edad, yo también quiero clases de saber estar: de
saber estar en el metro (sin perder los nervios ni el asiento), en el
supermercado (alguien se ha fijado la cantidad de gente que van de veraneo allí?),
en el taller (no solo cuando te dan la factura sino cuando están examinando al
coche con los ojos con el símbolo del dólar y la cara de que no creerse la
suerte de poder engañar a una mujer), al teléfono (con los mensajes grabados y
las telefonistas humanas automáticas) y todas esas situaciones en las que
tienes que elegir entre sonreír y sufrir en silencio una ulcera de estomago o
conseguir lo que quieres y que te llamen maleducada.
Y toda esta parrafada, para decir que hoy
empezamos las clases de protocolo de supervivencia en el metro.
Y como lo primero es lo primero, comenzamos con
las medidas de seguridad: nunca, nunca, saltes delante del tren. Ni en caso de
suicidio. El resto de los usuarios no tienen la culpa. Unas pastillitas y un
poco de moscatel es igual de efectivo y evitas un montón de niños perdidos por
el mundo porque sus padres no llegaron a recogerles del cole.
Y ahora a lo que vamos: el objetivo número
uno de ir en metro es ir del punto A a B con el mínimo coste, respirando todo
el aire necesario para evitar daño cerebral y, si puede ser, sentada. Ser la más
educada y dejar pasar a todo el mundo solo genera varices y, si eres muy buena
persona, un 10% de la dosis diaria de satisfacción personal.
Asi que alla vamos:
-Si eres bajita, por favor, acuérdate de las chicas
altas como yo: tenemos los riñones destrozados de codazos. No digo mas.
-Cuando entres a la estación, calcula donde están
las puertas y cuélate discretamente entre los que ya están esperando.
-Cuando el tren esta parando, mira donde están
los asientos libres y prepárate para un salto con pértiga en cuanto hayas
dejado a los pasajeros bajar. Nota: esto no da varices, solo satisfacción y es
un 20%.
-Si no consigues sitio, mira las caras de los
que van en el vagón y elige la persona que crees que se va a bajar antes para
marcar de cerca su asiento. Pista: los que están dormidos no son buena inversión,
o van muy lejos o se van a pasar su parada.
-Si vas en el vagón como una sardinilla, pon
en orden tus prioridades: siempre que sea posible con el pompis (que dia mas
cursi que tengo…) contra la pared, que hay mucho tocón que aprovecha la ocasión;
una vez que la retaguardia este segura, enfoca tus esfuerzos en respirar. Si
necesitas bailar los pajaritos para hacer espacio a tu caja torácica, adelante!
-Cuando estés cerca de tu estación, si el vagón
está muy lleno empieza a revolverte (bailar otra vez los pajaritos ayuda mucha,
arriba Maria Jesus).
-Cuando llegues a tu destino, lo mejor es que
te sacudas el polvo, te repases los labios, te pongas los taconazos que llevas
en el bolso, respires hondo y te comportes como si te acabases de bajar de un
taxi que cogiste a la puerta de tu casa. Un golpe de melena, guash, guash y está
hecho.
Y la semana que viene si tengo tiempo,
entramos en el mundo del supermercado y el protocolo para comprar sin morir ni
matar en el intento.
Lara
Jones